Celos y náuseas
“El pasado,
ya pasó...
El futuro no
ha llegado, aun.
Lo único
real y tangible,
es el
presente, y eso
es lo único
que es realmente tuyo.
Entonces llegó el día: mi chofer favorito no
asistió, por lo que le pedí un
aventón a quien llamo “El prospecto”. “¿Me llevarías a mi casa?”,
obviamente, dijo
que sí. Y cuando me iba a subir al copiloto, me
mando para atrás. “Ok” dije, pero
quedé como pajarito en grama.
Hurgué mi móvil un ratito para no demostrar la
ansiedad que me generaba
que el hombre me hubiera mandado al asiento de
pasajeros – qué va, ya se me
notaba. Y entonces, aparecieron dos muchachas:
una, la morenita, se sentó a mi
lado, y la otra, blanquita, se subió al asiento
del copiloto.
“No puede
ser, pana...”, la joven le zampó un beso con lenguas en toda mi
cara. Cuando vi eso, algo dentro de mí se rompió.
El dolor fue tan grande que me dejó muda, pero no
pudo arrancarme la
sonrisa de la boca porque ya sabía qué era lo que
se había quebrado: mi ilusión,
que hecha añicos en el piso de mi mente, hizo
todo más fácil para mí... nada como
un choque de realidad.
Para más descaro, “El prospecto” se volteó y me
dijo: “Fransis, te presento a
“Whatever”... she is my fianceé”.
Tu prometida
a mis cojones, pensé, pero dije: “Un placer
conocerte, cariño”.
También estreche la mano de la otra muchacha y
partimos. Pensé que me llevaría
primero, pero él decidió que llevaría a su “fianceé”
y a su mascota, antes.
Me esforcé por mantener una fachada tranquila,
pero pronto el vaivén del
automóvil comenzó a hacer de sus efectos en mi
estómago, o tal vez era asco lo
que sentía al ver cómo esta muchacha ocupaba mi
lugar al lado de él. Mierda,
pensé, lo que falta
es que me den ganas de vomitar.
Fuimos a parar al extremo Este de la ciudad, yo
bien descompuesta, por
cierto. Dejamos a la joven, y al despedirnos me
esforcé para darle una sonrisota y
embromarla, por lo lejos que vivía. Me pasé al
asiento del copiloto y cerré los ojos,
más para no mirarlo, que por el malestar; me
preguntó si estaba bien y yo le
respondí que estaba mareada. El me ayudó a
reclinar mi asiento - su contacto físico
apretó el nudo que tenía en el estómago - y me
preguntó: “¿Así está mejor?”. Le
respondí con un asentimiento y un “umjú” bajito.
No recuerdo mucho lo que conversamos durante el
trayecto de regreso.
Varias veces sentí su mano acariciar mi cara,
incluso me tomó la mano y la besó -
creo que se disculpó conmigo; pero yo no me
atreví a mirarlo, ni siquiera cuando
me despedí de él, por cierto, con un besazo en la
boca. Alcancé a decirle “Eres un
perro”. Él, por
supuesto, se rió.
De ahí en adelante, todo fue como un sueño: hable
con mi amigo gay y la
señora Ney... les conté cómo me sentía, pero nada
parecía calmar mi ansiedad e
indignación. Fuí a casa, me metí medio calmante
entre pecho y espalda, me relajé
y me dormí.
Al día siguiente mi estado de ánimo estaba como
ido... o sea, no tenía
estado de ánimo. Indiferente. Así que aproveche
esto para analizarlo todo y tomé la
siguiente determinación: Ya tú sabías que esto podía pasar, así que no le
des
importancia; y eso fue
precisamente lo que hice.
Entendiendo que todas las cosas que me pasan me
duelen tanto por estar
pensando en “pajarito preñado”, ¿por qué razón
sigo haciéndolo?. Leí en mi
horóscopo una vez que uno de los grandes defectos
de los cancerianos es la
“idealización” del amor. Y vaya que tienen
razón... Supongo que, realmente, no
puedo evitarlo, que es mi naturaleza.
Entonces sumaremos a la lista de aprendizajes: La
ilusión es un cristal que
se rompe sólamente cuando la vida le lanza una
piedra llamada realidad. Por esa
razón, es mejor no hacer proyecciones en el
futuro con alguien más (recordemos
que “el futuro no existe, aun”), precisamente
porque ese alguien más tiene su
propio presente y, por ende, su propio futuro.
Fransis Pérez Bravini
Cs, 27 de Septiembre de
2012