La Trampa
Un día trece
fue su nacimiento, lo inscribieron el doce, así lo quiso su madre deseando que
la mala suerte, según ella, se alejara de la familia. Soñaba despierta que este
hijo sería famoso. Sucedió lo ansiado, su único varón se había convertido en un
pintor que vendía los cuadros antes de terminarlos. Aparecía en periódicos,
revistas, lo invitaban a cuanta fiesta importante se diera en la ciudad que lo
vio nacer.
Ray, manejaba
contento pensando en la aceptación que sus cuadros habían tenido en el centro
cultural y el fruto de la venta estaba destinado a la escuela de pintura,
para niños pobres. Una llamada
telefónica de su hermana desde el hospital donde estaba internada su madre lo turbó
y cambiando el rumbo que llevaba, giró, proyectándose contra un auto que venía en dirección
contraria.
Despertó en la
sala de emergencia de una clínica, cercana al lugar del accidente, sufrió daños
menores, no así la persona del otro auto que falleció. Su generosidad lo llevó
a buscar la familia de aquel hombre, ayudarlos monetariamente para él apaciguar
el dolor que llevaba, pero ellos no aceptaron. Se sentía mal ante esta situación, él no tuvo la culpa
de lo sucedido, estaba atormentado, tanto que sus pinturas reflejaban el estado
de ánimo en que se encontraba y por primera vez aparecieron sus cuadros
oscuros.
Pasado unos días,
desempolvaba el sótano de la vieja casa de su niñez, refugio que escogió
después del accidente. El picaporte dio una vuelta, se quedó mirando la puerta,
no se abría y acercándose preguntó:
-¿Isa eres
tú?
Por respuesta
recibió un frío que lo estremeció. Llamó a su hermana nuevamente, comprobando que
ésta no se encontraba en la casa, era la única que tenía llave, además de él. Estaba
seguro que detrás de aquella puerta había alguien, o… ¿Hubo alguien?
Escuchó un aullido
lastimero, era el perro que al mirarlo, con el rabo entre las patas se perdió
por el sendero que daba al rio. No podía creerlo, el perro le temía a algo,
pero ¿A qué?
Dejó la casa,
decidió caminar y no tardó en llegar al pueblo. Para calmar su desatino, pidió
una cerveza en la conocida cafetería, donde era habitual asistiera. No lo atendieron,
ni lo dejaron ocupar la mesa acostumbrada. Sabían que por su culpa alguien
había perdido la vida. Todos reían, lo ignoraban. De pronto, dejaron el local cuando
escucharon que desde afuera gritaban:
-¡Ya vienen,
vamos!
Ray, también
salió. Vio como se acercaba una hilera de autos que seguían un carro fúnebre. Marcharon
detrás del cortejo, él también lo siguió. Quiso saber de quién era el entierro,
pero no le querían hablar, solo una señora gemía diciendo:
-Pobre
familia, no se esperaban esto.
Llegaron al
cementerio, comenzaron a bajar las coronas, muy caras debían ser. Elegantes
personas, enlutadas, dejaban los carros para acompañar el féretro y, las
palabras de despedida flotaban en el aire, mientras, el llanto de los
familiares no permitía él escuchara.
Comenzaron a
tomar una flor, también él, esta vez lo permitieron y se acercó a una corona cuya
cinta llevaba una dedicatoria que le aclaró por quien lloraban.
Uno a uno
fueron depositando la flor sobre la madera.
Por Francisca Argüelles
Breve biografía: Francisca Argüelles
Nacida en Ciudad de La Habana, Cuba. Graduada en el
Instituto de Administración y Comercio de La Habana, como
CONTADOR-PLANIFICADOR. Realizó estudios de Marketing en el Club
Juvenil de la Vibora. Tomó Cursos en Miami de "Como
escribir Cuentos y Poesías" con el Prof. Orestes Pérez. Fundadora y
directora desde hace 5 años, del grupo
literario "CLUB DE LITERATURA". Radicada en la Ciudad de Miami.