domingo, 9 de diciembre de 2012

Alina A. Romero-Cuba-en IV ELILUC


      

            XIX



   Teníamos en común un par de cosas, pero eran suficientes para sentirnos

profundamente unidos. Una era el gusto por la música, por toda la música, cualquier

música y la otra era la atracción por el mar.

   Yo vivía en una pequeña casa de madera frente a la playa, muy cerca del muelle en donde él tenía su barco. Lo vi trajinar algunas veces al atardecer del viernes para hacerse a la mar solo, luego lo observaba regresar el domingo cargado de pescado y moreno, relajado, feliz y solitario. Me llamó la atención la perfección de su cuerpo masculino, su frente despejada y amplia, coronada por un cabello lacio que comenzaba a escacear, sus manos finas, evidencia de que la mayor parte de su tiempo era empleado en trabajo intelectual.

   Poco a poco se fijó en mí, nos hicimos amigos y comencé a salir a pescar con él. Yo por aquella época pintaba cuadros con algún éxito y vivía de venderlos. Pintar en medio del mar y su silencio imponente, roto a veces por alguna criatura del aire o del agua, fue una experiencia que trajo brío a mi inspiración.

   Hicimos el amor en alta mar, cocinamos juntos y cenamos con buenos vinos entre candelabros y besos.

   Un año despues de nuestro primer encuentro expuse mis cuadros en una importante galería de la capital; la noche da la inauguración, entre los aplausos y los fótografos, toda mi atención estuvo puesta en la puerta de entrada, hasta que lo vi llegar: elegante, sobrio, sensual...empujando una silla de ruedas en donde una niña casi transparente, apenas si se sostenía sentada, de su brazo, una mujer ajada de pena, sonreía tímida.

   Siga adorando el silencio del mar con su ritmo impresionante, sigo amando mis cuadros de pasión y de dolor, la música, el vino...y al amor lejano.





                                                    Alina A. Romero - poeta Cuba