domingo, 9 de diciembre de 2012

Antonio Gomez Huego-España- en IV ELILUC


IV  ENCUENTRO LITERARIO INTERNACIONAL
LUZ DEL CORAZÓN

 



Antonio Gómez Hueso

IV  ENCUENTRO LITERARIO INTERNACIONAL
LUZ DEL CORAZÓN

 



Antonio Gómez Hueso
Escritor español, natural de Torredonjimeno. Ha publicado los poemarios: "El vacío al desnudo", "Cien pájaros cortejando al Fénix", "Piedra y agua en el coito de los siglos", "Jazz que disipa las nubes", "El más bello jardín" y "Flujo de mar en los sueños". También es autor de la obra de Teatro: "Antonio", sobre la vida y la obra de Antonio Machado. Igualmente se ha editado su relato "Negrocarbón y las Siete Gigantas".
Su obra puede leerse en numerosas antologías poéticas nacionales e internacionales y páginas literarias de Internet. Ejerce como miembro de varias asociaciones literarias. Ha desarrollado también una extensa actividad periodística como articulista de opinión y crítico cultural y ha obtenido variados galardones literarios.





TODA LA GENTE SOLITARIA


Antonio Gómez Hueso




Eleanor Rigby recoge el arroz en la iglesia donde se ha celebrado una boda. Viven un sueño, como el que ella vivió, piensa refiriéndose a los jóvenes casados.  Miradla barrer toda la sala, cerrar la puerta e ir despacio a su cabaña, que está a pocos metros. Hace ya muchos años de aquel sueño. Ahora vive sola, esperando tras la ventana que retorne aquella cara que guarda en una jarra junto a la puerta. Es el semblante de su pequeño, que un marido cruel le arrebató cuando tenía pocas semanas de vida, para venderlo a un matrimonio sin hijos. Luego, el esposo murió en la cárcel, un año y medio después de la boda, cuando ya estaban separados, tras haberla maltratado durante meses y haberle arrancado lo que más quería. Se llevó a la tumba el secreto de la localización del niño. Eleanor mira cada tarde al horizonte, tras el cual está la gran ciudad, y piensa: “Todos los solitarios, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde iremos?”

El padre McKenzie escribe un sermón que nadie oirá. Está en su cabaña, cerca de la que ocupa Eleanor, ambas pertenecientes a la comunidad religiosa de la pequeña aldea. Nadie se acerca. El sacerdote es un hombre joven, de unos treinta y tantos años, que llegó allí hace ya un lustro. Miradlo guardar su cuaderno, seguir trabajando, zurciendo sus calcetines en la noche, cuando todo está en silencio. También él mira tras el horizonte esperando ver aparecer a alguien. “Toda la gente solitaria —se pregunta—, ¿de dónde viene?, ¿de dónde es?, ¿a dónde va?”

Eleanor Rigby murió en la iglesia y fue enterrada con su nombre en el pequeño cementerio perteneciente a la comunidad. Nadie acudió al funeral, sólo el enterrador y el padre McKenzie. Miradlo limpiándose el polvo de las manos mientras se aleja de la tumba. Luego, en casa ya, se prepara la sopa de cereales, después de haber buscado otra vez, vanamente, a través de los cristales, una figura... ¡Quién sabe si aparecerá!

Semanas después, un hombre llega hasta la tumba de Eleanor. Se arrodilla delante. Es joven, pero curtido por la vida, y derrama unas lágrimas ante la sencilla lápida de piedra. Detrás de él aparece la figura esbelta del padre McKenzie. Él sólo le dice:

—Te estuvo esperando todo el tiempo.

Luego, en la cabaña de ella, le entrega las pobres pertenencias de su madre y le cuenta:

—Yo también aguardo a alguien desde hace años. Me enamoré una vez de una chica, en una aldea remota, al norte del gran río. Éramos muy felices. Nos íbamos a casar. Pero un día llegó el circo y mi amada me abandonó, embrujada por los vuelos, saltos y sueños de un trapecista. No pude vivir allí sin ella. Entonces me hice pastor espiritual y llegué aquí. Sigo esperándola. Es la única persona que me podría sacar de esta aldea.

El padre McKenzie murió súbitamente en su cabaña y fue enterrado con su nombre en el pequeño cementerio perteneciente a la comunidad. Los escasos habitantes de la aldea acudieron al entierro y también Leonard, el hijo de Eleanor, que se había quedado con la cabaña, el trabajo y la tristeza crónica de su madre. Miradlo con la cabeza cabizbaja mientras camina desde la tumba del pastor a la de su madre, después de la ceremonia.

El padre McKay es el sucesor del padre McKenzie. Es un hombre mayor, de más de sesenta años, pero parece ágil de mente y de movimientos. Se queda con la cabaña, el trabajo y las cavilaciones espirituales de su predecesor. Miradlo cómo quita las telarañas de su habitación, miradlo cómo coloca el calendario y su raído sillón.

Semanas después, una mujer llega hasta la tumba del padre McKenzie. Miradla cómo se arrodilla. Es joven aún, pero curtida por la vida, y derrama unas lágrimas ante la sencilla lápida de piedra. Detrás de ella aparece la figura esbelta de Leonard Rigby. Él sólo le dice:

—Te estuvo esperando todo el tiempo.

Luego ambos visitan al padre McKay. El pastor da la bienvenida a la joven y le pregunta:

—¿Quién eres?

—Me llamo Molly y vengo de una aldea remota, al norte del gran río. Allí conocí a John McKenzie. Éramos muy felices. Nos íbamos a casar. Pero un día llegó el circo y me embrujaron los vuelos, saltos y sueños de un trapecista. El canalla miserable me abandonó en otro país, hace algunos años. He estado buscando desde entonces a mi amado John y, al fin, lo encontré. Quería pedirle perdón. Aquí está enterrado y quiero también que un día me sepulten en este lugar.

El sacerdote le entrega las pobres pertenencias de John McKenzie, en presencia de Leonard Rigby.

Molly Parker no tiene que recoge arroz en la iglesia donde se ha celebrado su propia boda con Leonard Rugby. Sólo cuatro personas han acudido: la pareja, el padre McKay y, como testigo, el viejo enterrador. Viven un sueño los jóvenes esposos. Miradlos besarse tiernamente, cerrar la puerta e ir despacio a la cabaña de él, que a pocos metros está.

Pocos años después, el cuidado de las dos tumbas es una tarea común. En la cabaña han formado un nuevo y pequeño hogar, dulce hogar, en donde corretea ya la pequeña Eleanor Rigby Parker. El padre McKay sonríe al verla jugar y se retira a su cabaña a leer la Biblia. Con su vista cansada (tiene ya mucha edad), cierra el libro delante de la ventana, se quita las gafas, mira al horizonte y no deja de pensar:
“Toda la gente solitaria, ¿de dónde es?, ¿a dónde pertenece? Toda la gente solitaria, ¿de dónde viene, a dónde va...? “.