EL
GIGANTE Y LA BRUJA
En la esquina de mi cuadra vive
un monstruo, una bruja o algo así, no importa, lo que sea, lo único que sé es
que no paso por allá aunque tenga que dar la vuelta por el lado opuesto. Lo más cerca que he estado de esa casa es por
la acera del frente, y he corrido. Los
adultos intercambian miradas sospechosas cuando les pregunto sobre la casa de
la esquina, y cuando se refieren a ella es en murmullos.
Hace unos meses tuve que ir a
la farmacia que está en el lado opuesto a la casa misteriosa. Cuando salí iba distraída y de repente, se
abrió la puerta y de la oscuridad emergió una gigantesca figura. Por un momento el miedo y el horror me
paralizaron, pero me pareció que algo parecido le pasó al gigante. Se quedó quieto mirándome. Nos observamos por unos segundos sin fin y de
repente me recuperé y salí corriendo.
Llegué a mi casa agitada y sudorosa.
Los adultos sonrieron cuando les dije lo que pasó. No lo entiendo. ¡Les pareció gracioso!
Después de ese encuentro
indeseado e indeseable con el pálido gigante no hay alma humana que me convenza
de pasar aún por la otra acera. Pero al correr
de los meses volvió a pasar. Con mis
pensamientos en el próximo final de las vacaciones, sin darme cuenta caminaba
por delante de la “casa del gigante” como la bautizamos mis amigos y yo. Y hete
aquí que la puerta se abrió y por la abertura pude ver a la bruja más horrible
que se puedan imaginar. Era pequeñita,
súper arrugada, de una blancura increíble, rayana con la transparencia. Y sí,
tenía una nariz ganchuda y gigantesca.
Otra vez me quedé paralizada,
con el corazón batiendo y resonando en mi pecho. Aquellos ojitos aguados de pájaro macabro se
quedaron fijos en mí y creí que me fulminarían y me convertirían en algo
deleznable como una cucaracha o un ratón. De súbito la puerta se cerró con un
sonido seco que me sacó del trance y corrí y corrí hasta esconderme debajo de
mi cama. Mi mamá tuvo que usar un palo
de escoba para sacarme del escondite.
Esta vez los adultos no sonreían y parecieron interesados en mi
descripción de la bruja y se miraban unos a otros como cuando se comparte un
horrible secreto.
Luego, pasó lo impensable. Una tarde mis amigos y yo jugábamos a las
escondidas, cuando una ambulancia llegó con un estruendoso resonar de sirena y
se detuvo justo delante de la casa de la bruja.
La curiosidad pudo más que el miedo y nos situamos detrás del muro
formado por los vecinos. Y allí iba la
bruja en una camilla, con el gigante detrás, dando órdenes a los enfermeros con
una extraña voz y usando palabras raras.
Tan pronto se fueron la bruja y el gigante dentro del bulloso aparato
volé a mi casa a contar la noticia. Los
adultos me acribillaron a preguntas. Y
como yo no entendía cómo era posible que en vez de una ambulancia no se los
hubieran llevado en un vehículo de la policía o en un tanque de guerra mi
abuela dijo algo que todavía hoy me eriza.
Con paciencia y calma me aclaró
que el gigante era solamente un ruso bien alimentado y la bruja era su madre,
una judía sobreviviente de un campo de concentración nazi que al parecer perdió
la razón y a quién nadie había visto jamás en los veinte y tantos años que
vivió en esa casa porque nunca salió de ella.
2 de agosto del 2015