sábado, 9 de diciembre de 2017

RAUL HERNANDEZ-CUBA-USA


 
CON  LA  BRISA  DE  LOS  PALMARES

 
          Un bello domingo del  2011, el  Colegio Nacional de periodistas de la República de Cuba en el exilio,  celebraba  su tradicional banquete por el  día del periodista. Allí, en aquella  reunión,  y de la mano de la destacada compositora Vilma Planas, fui presentado ante un numeroso grupo de  compatriotas. Todavía  recuerdo  las palabras del ex presidente del colegio, Abelardo García Berry, haciendo un recuento de los múltiples periódicos que circulaban  libremente  por toda la isla  antes del  engañoso triunfo del 59.

 

 Tampoco  podré olvidar  la imagen de  nuestra bandera hermanada a la estadounidense  en el centro del salón.  Aquel hermoso local, además de acoger al gremio periodístico, contaba con la presencia de varias personalidades  de la ciudad,  así  como también  camarógrafos y artistas invitados, entre otros. En  resumen, contagiado  por  el  sentimiento  patriótico  de  aquellos ilustres   hijos  de la Cuba Republicana, viví  momentos inolvidables. Pienso que con sus testimonios,  me  sentí  más  criollo  que  Liborio.

 

  Tanta cubanía me transmitieron, que  vislumbré  más cercano el  horizonte. Ese día comprendí  lo   alentador que  resultaba la  brisa de los palmares    para  los pinos nuevos  de  estos tiempos; no obstante, al  compartir  sus  experiencias  me  sumergí  en  el  prólogo de  los  versos  sencillos  de  Martí, de  este  modo por  primera  vez  y  casi  sin  querer, contrasté  con  mi  escritor  favorito.   Aquella  emotiva  tarde,  no  pude  imaginar  a  el  “águila temible’’  apretando  con  sus garras  todos  los pabellones  de  América. Sin  embargo, yo  percibí  a  un  águila generosa  con  sus  alas  abiertas  dando  refugio  a  innumerables  pichones  que  escapaban  de todas partes  del  mundo, dejando  sus  nidos.


 Hoy  día, martiano  y  palmerito  al  fin,   sigo cobijado  bajo  la  sombra  nostálgica  del  exilio  histórico;  este  aguerrido  palmar,  a  pesar  de  su  trasplante exitoso  en  suelo  extraño, aún  vive  añorando  sus  primeras raíces. Por eso, en  pie  de lucha, apuntan  al  cielo  implorando  amor  para  su  tierra.

    Ahora  comprendo  por  qué  ni  la distancia,  ni  el  inevitable  paso  de  los años  vencieron  la  firmeza  de sus  ideales. Ellos  a mi lado  renovaron  mi esperanza;  yo, más joven  y  con  menos  añoranzas,  me  sentí  algo  más triste;  pues  no  pude  tan  siquiera conocer  la  libertad  de  mi  pueblo.