LA PLAZA Y LA FAROLA
La casa donde nací
daba a una pequeña plaza. En la plaza había una farola. La farola alumbraba a
un estanco donde, los que se iniciaban en el arte de fumar, se compraban los
cigarrillos sueltos. Una gran tienda de muebles que siempre tenía en la puerta
cajas enormes, donde jugábamos a escondernos. En la plaza había un taller
mecánico, cuyo propietario utilizaba los coches más raros que jamás he visto. Una
zapatería, con sus zapateros cantando fandangos mientras remendaban. La farola
alumbraba, también, una sastrería donde se escuchaba el mejor flamenco desde Caracol a Marchena pasando por El niño
de Canillas y La niña de los peines. En
la plaza había un bar donde se firmaban, con un apretón de manos, muchos de los
negocios de compra-venta, arreglo y confección de zapatos y trajes de
caballero… y donde se escuchaba cada día el
parte.
A esa farola nos
subíamos toda la chiquillería de la plaza, sin miedo a caernos o recibir una
descarga eléctrica… y bajo esa farola mi padre aparcaba su Montesa, para poder
verla desde la sastrería.
Nunca lo olvido.
Pero hoy me acordé de mi padre. Tal vez porque he visto a un hombre cambiar la
bombilla a una farola.