EL SILENCIO
En una de esas
excursiones de turistas, un visitante comentaba con la guía de un monasterio
ante un bello claustro gótico.
-¿Sabe usted
señorita lo que más admiro de estos lugares?
-Pues no sé…, es
todo tan antiguo, veo que usted entiende de arte ¿me equivoco?
-Pues no señorita,
yo gozo con estas cosas, y a mi edad, poco me queda por admirar, lo que de
joven no supe apreciar.
-La guía se mostró
muy atenta con el enigmático turista y llena de curiosidad le pregunto:
-Dígame… ¿Qué es
lo que tanto admira?,-el visitante miró al cielo y dijo con los ojos encendidos
-
-¡Ah señorita!
admiro a los monjes, que día a día han pisado este claustro, orando en el
silencio de Dios, con humildes sandalias y raído hábito por el trabajo y los
años. Aquí señorita, el monje sólo vivía con Dios para los hombres y en las
esquinas de cada claustro se podía leer «SILENCO» y este silencio, hoy lo
estamos profanando, aquí y en nuestra sociedad llena de ruidos que impiden al
hombre pensar, interiorizar lo esencial. ¿Sabe?…, yo fui monje, luego otras
circunstancias hicieron cambiar mi vida. Pero el monje nunca muere, existe una
parte del hombre, que él mismo desconoce, y que no es de él, sino que pertenece
a Dios; es esa parte del alma que no calla en el interior de su conciencia,
aunque quiera confesarse ateo.
¿Comprende ahora
señorita, por qué añoro algo ese pasado?
-¡Oh gracias! Sus
palabras son extrañas, pero me cautivan y creo entenderle.
-Mire…, el monje,
la monja, es un estado interior del ser, que lleva un sello marcado, que cuando se descubre sólo
una parte de eso desconocido, se tiene más sed, más hambre de entrar uno en sí
mismo y reconocerse en su Creador.
-¿Así, que yo
también tengo eso escondido en mi interior?
-Así es, amiga
mía, pero no se preocupe, que Dios no la quiere para ser monja en un
monasterio, sino monja en su interior.
Guarde lo mejor
que tenga usted, para dárselo a los más desfavorecidos, que son muchos, y como
veo por su anillo que está casada, ame a su esposo y déjese amar. Esa es una
parte de ser monja.
-Agradezco
sinceramente todo cuánto me ha explicado. Nunca había escuchado unas palabras
tan serenas y extrañas, pero que encuentro que sí tienen un significado que
está oculto en mí. Le prometo, que lo buscaré en mi interior.
-Sí, hágalo señorita,
le aseguro que será más feliz.
-Gracias señor…
¿cómo se llama?
-Maurice, ¿y
usted?
-María
-Bonito nombre
¡Ah gracias
Maurice! , creo que me olvidé
presentarme cuando inicié mi recorrido turístico, disculpe.
-No se preocupe,
hoy habían muchos turistas que atender.
-Sabe…, he
aprendido cosas muy importantes con nuestra conversación. A partir de hoy,
cuando guíe a los turistas, les haré notar que están pisando un pasado sagrado
y que cada uno lleva escondido en su interior, un tesoro que hay que descubrir
con el silencio.
-Gracias María, me
ha encantado conocerla.
- A mí también.
-Adiós María.
-Adiós.
Autor Cecilia
Codina Masachs