ANA KIKA CUBA-USA
NO HAY IMPOSIBLES
Érase
una mata de almendras con pájaros en sus ramas, nidos y frutos donde guardaba,
en la intimidad de su cáscara dura, las deliciosas semillas doradas. En el
otoño sus hojas se tornaban de diferentes colores por ambos lados, muy hermosas
en sus ocres rojizos. Caían al suelo formando un mullido colchón donde venían a
descansar los cerdos y las ovejas.
Al
otro lado del camino, se extendía un campo de olivos no muy altos, con una copa
tan tupida que el sol no se distinguía al trasluz. Cada cierto tiempo, los
campesinos venían a recoger la cosecha. Los golpeaban con largas varas que
hacían caer el fruto al suelo, y ramas, y hojas, y los dejan aturdidos,
apaleados. Los olivos lloraban todas las noches por una semana hasta que se
iban reponiendo poco a poco de tanta rudeza.
La
mata de almendras sufría al ver estos desmanes. Entonces le pareció bien enviar
mensajes de consuelo y soporte moral a sus lejanos compañeros arbóreos.
Fueron
sus hojas las emisarias. Escribió en ellas algo así como: “No se queden estrujados.
Beban agua de la tierra que eso alivia.” Tiraba las hojas al viento y esperaba
respuesta. Días después, aterrizó en su ramaje
en un pequeño retoño que decía: “Hola, Reina. Eres muy guapa”. Contestó inmediatamente.
“Hola, majo. ¿Cuál eres? Desde acá no te distingo.” “Soy el segundo de la
primera fila.” “Ah… ya veo. El más coposo, el que de noche es el último en
dormirse.” “Es que te miro…” “No soy
estrella.” “No te hace falta, brillas más que el sol.” “Vaya, vaya, que galante
eres.” “Es que te amo.” “¿De veras?” “Si, te lo juro.” “Ja, ja, mentiroso…” Y
así continuaron coqueteando hasta que nuevamente llegó el tiempo del apaleo.
“Yo
me seco después de la paliza.” dijo él. “Si te secas, yo me muero. Quiero lo
imposible, quiero vivir contigo, pegada a ti.” respondió ella. “Nada es
imposible para el amor verdadero” añadió él muy serio. “¿Pero cómo lograr estar
unidos si hay tanta distancia entre nosotros?” “Atiéndeme, estira tus raíces
hacia mí. Yo las estiraré hacia ti. Nos encontraremos en algún sitio…y habrá
boda.”
Se
estiraron y se estiraron con esfuerzo infinito, hasta llegar a palparse en el
camino subterráneo. La tierra se estremeció de tanto esfuerzo, de tanto amor.
Todos los olivos aplaudieron y menearon sus cabezas tirando cientos aceitunas
al suelo.
Ellos
se enredaron en un amasijo de pasión, se amaron desenfrenadamente con toda la
intensidad de su savia clara y todo el ardor del sol en sus melenas verdes.