Lección de Amor
El otro día iba como un loco de un lado para otro, bueno como siempre, me di cuenta que eran más de las dos de la tarde cuando mis tripitas me anunciaban que ya hacia hambre y que era hora de me parara a comer algo.
Sin pensarlo mucho me paré en uno de esos lugares de comida rápida y cuando vi a través de cristal que había solo una pequeña fila decidí entrar. Miré cuidadosamente a cada unos de los que estaban en la fila y llamó mi atención una pareja con una niña como de unos cinco añitos, muy bonita, muy educadita y mientras admiraba la belleza de la niña, entró un pordiosero, muy harapiento, mal oliente con una barba muy larga y los pelos muy sucios, se fue acercando uno por uno de los comensales que estábamos allí. A todos nos pidió comida y cada uno de nosotros solo lo ahuyentamos y le dijimos que se nos quitara del lado.
Cuando el gerente de la tienda ya estaba espantándolo del lugar, la niña bella, que había visto momentos antes, acababa de recibir su comida de la dependiente del lugar y sin encomendarse a nadie se soltó de la mano de su papá, fue hasta donde estaba a el pordiosero sacó de la bolsa de comida otra bolsita con papitas fritas se acercó a él y le dijo, Sr. ¿tiene usted hambre? Por favor reciba estas papitas, el hombre estiró su mano muy delicadamente tomó las papitas, la bendijo y le dio las gracias.
Acto seguido se pararon frente al hombre un par de personas y le ofrecieron comida. El miró a todos los que estábamos allí y dijo en voz muy alta: no muchas gracias estas papitas que me acaban de regalar no solo van a calmar mi hambre, sino que han de llenar para siempre el vació que había en mi corazón.
Todos nos quedamos atónitos con la expresión del hombre. A más de uno de los que estaban allí les bajó más que una lágrima. Aquella hermosa niña, aquella delicada criaturita, bien vestida, muy limpia, con su inocencia nos había dado a todos una cátedra de educación, de sensibilidad, de humanismo, de bondad, de religiosidad, nos había recordado que debemos compartir con nuestro prójimo y extender la mano al caído.
Quizás, ya todos habíamos olvidado que Dios dijo: has bien y no mires a quien y creo que últimamente, incluyéndome a mí, se nos ha olvidado esa y muchas cosas más de las que debíamos tener siempre presente. Solo nos dedicamos al día, día, a la rutina diaria a tratar de tener lo mejor, a ver como hundimos a otros para escalar mas peldaños, sin darnos cuenta que en lugar de crecer vamos cada día disminuyéndonos y siendo menos seres humanos y más animales que los animales. Demás está decir que últimamente, hasta en la televisión han mostrado, animales rescatando otros animales. Cosa que nosotros no hacemos a menos que sea algo que nos toque de cerca.
Dios perdóname y perdona a todos los que hemos ido olvidando tus enseñazas, colma nuestros corazones de bondad para que podamos seguir sirviéndote, para que miremos a nuestro prójimo como a nosotros mismo y así quizás algún día vivamos en paz.
Autor: Carlos O. Colón Rodríguez
Puerto Rico
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