Marga Iriarte - “Amaltea” De España
El partido
Empezó la tormenta a las ocho de la tarde, las magnolias de la calle sacudidas por el viento, parecían a punto de troncharse y caer sobre las motos aparcadas en la acera. Mientras esperaba el bus, cobijada debajo de la marquesina, la deslumbró un filamento incandescente que iluminó esa zona de la ciudad como si fuera el escenario ajado de un teatro de variedades. El agua caía en cascada y apenas se veía a dos metros de distancia, el apagón convirtió las calles en un paisaje de tinieblas que pocos se atrevían a transitar. A pesar del miedo y del agua, salió de su perentorio refugio e inició la marcha hacía la avenida principal, a unos dos kilómetros de distancia. Los pies se movían con holgura en los zapatos mojados, caminaba casi a ciegas, sin paraguas y con las gafas inservibles por la lluvia y el vaho de su aliento. Las lágrimas, no de pena sino de miedo, se unían al presentimiento de que algo horrible estaba a punto de suceder, o quizás acababa de ocurrir y ella era la única superviviente de la ciudad. A tientas, golpeándose con los palos de las señales de tráfico, los bancos del paseo y las papeleras, llegó a un cruce de calles, se detuvo, miró a su alrededor, con espanto observó los coches, con las luces apagadas, las radios a todo volumen y los ocupantes dentro, inmóviles, momificados. El granizo había sustituido a la lluvia y el estruendo la ensordecía, se acercó hasta uno de los coches:
-¡Oiga, abra, por favor!
La ventanilla se deslizó unos centímetros, los suficientes para que pudiera oír la voz de un hombre:
-¡Shhh! ¡ No moleste, qué está a punto de acabar el partido!
Un rayo cayó sobre la fuente pública, la luz regresó a las calles y aunque el granizo le propinaba capones en la cabeza, se sintió de pronto muy feliz por vivir en esa ciudad tan caótica donde su equipo de fútbol acababa de obtener la victoria del partido.