EL SUEÑO DEL ALMIRANTE
Dias
soleados o nublados, noches estrelladas o brumosas, olas calmadas o picadas,
llegaron a convertirse, según los días se sucedían, en monotonías para los
tripulantes de las tres embarcaciones, que habiendo zarpado del puerto de
origen con gran entusiasmo por llegar a esa tierra fabulosa llena de riquezas y
majestuosidades de la que el patrón tanto les había hablado, estaban
rindiéndose ante el hastío imperante en sus ánimos. Solamente El Almirante, con
su recia personalidad, profundo pensar y gran experiencia en la navegación,
mantenía la calma: Os aseguro que allá lejos, allende los mares, vamos a
encontrar la tierra más hermosa que ojos humanos hayan jamás visto, no habiendo
sido nunca hollada por las botas de la civilización. Allí, El Creador
–continuaba diciendo- ha separado una pequeña porción donde dadivosamente ha
sembrado todas las virtudes necesarias para construir un mágico paraíso que
será luz, música y alegría para el resto del mundo. Esto que os digo –
enfatizaba en su alucinante alocución - no es tan solo el sueño que
constantemente me acompaña por mucho tiempo, más bien lo percibo como una
realidad, una revelación… Fueron estas mismas palabras las que habían
convencido a la Reina gobernante que confiada, abrió su cofre, poniendo el
producto de la venta de sus joyas a disposición del proyecto para sufragar los gastos de la
expedición.
Lo etéreo de un sueño comenzó
a materializarse cuando justo en el lugar visualizado por el descubridor, en la
parte noroccidental de la mayor de las islas conquistadas, el 16 de Noviembre
de 1519, nació la Villa San Cristóbal de La Habana, el más espectacular paraje
bajo el sol y brisa caribeña. Con la inclusión de los africanos traídos como
esclavos, el pequeño remanente grupo descendientes de los indios tainos, los criollos
, extranjeros aplatanados y algún inadvertido sabio alquimista, se fue formando
una nueva raza potencializada con características tan positivamente especiales,
que como abejas, libaron la miel que endulzara el ambiente, como arañas, tejieron
con hilos de fantasía las vaporosas telas, que volando como ondas sonoras anunciaban al
mundo la musicalidad, alegría. Como hormigas mostraban sus fuertes actitudes
laborales: Construyendo a todo lo largo del litoral un ancho muro, el malecón,
donde las olas al chocar, transforman los lamentos en agradables ritmos
musicales, sedante energía de la naturaleza que sosiega el espíritu, mientras
su masa de concreto se convierte en una esponja embriagada por el hechizo, que,
como un imán, recoge calmadas y excitantes emociones traídas por románticos
enamorados, parejas en celo, meditadores y
enamorados de la naturaleza en
busca de su paz. Como primicia de la futura majestuosa ciudad, nace en
los tempranos años, el simbólico “Paseo del Prado”. Calles famosas,
significativos edificios de diversidad arquitectónica, comercios que engalanan
las noches con atractivos anuncios lumínicos, escuelas de variadas enseñanzas,
centros hospitalarios, templos, teatros, surgían por doquier haciendo de este espacio
una gran metrópolis para orgullo de sus pobladores y admiración de los
visitantes.
Con mirada visionaria, noble
porte, ilusión de poeta, filósofo y escritor, envuelto en su raída capa, desde lo
más alto de la Colina universitaria, El Caballero de París, con solemne
melancolía, observa como languidece la tarde, se oscurecen las playas, La
Bodeguita del Medio atiende a sus iluminarias visitantes, escucha el último
piropo vespertino en Galiano y San Rafael “La esquina del pecado”: -Alabaoooo…mulata….si
cocinas como caminas me como hasta la raspa. Sigue con atención los atareados pasos de La Marquesa por la
inclinada Rampa, llegando a Ly23 simula estar saliendo de uno de los estudios
de la CMQ antes de continuar el camino que
le retorna a su verdadera identidad, afrontando la pobre bohardilla que tiene como hogar. El
alumbrado público no es un anunciante del día que se acaba, más bien de la
ocupada noche que comienza. Todas las puertas de la gran urbe parecen abrirse
dejando escapar las nostalgias, tristezas, inhibiciones, problemas, permitiendo
a las vibraciones alegres descontaminantes, ocupar ese espacio. El cañonazo de las nueve es la señal de la
otra vida que empieza, la bullanguera, a la vez señorial, la que no duerme ni descansa, es el anuncio
oficial del comienzo del gran apogeo de las famosamente inolvidables noches
habaneras. Se suben los telones de los muchos centros de diversiones:
Tropicana, Sansucí, Montmatre, Ali Bar, donde suenan las maracas y rompen los
tambores estremeciendo las cinturas de los rumberos que sin descanso se dan por
completo al “vacilón”, mientras el espectador, metido en su guayabera almidonada,
un buen habano en la boca, el daiquirí “bien
cargao”, se siente como que no le falta nada en esta vida. Con los primeros
destellos de la alborada, la ya cansada noche se niega a morir, convirtiendo
sus últimos estertores en un suave , lamentoso, melodioso pregón, que alargándose
por las somnolientas calles parece desvanecerse entre los grises adoquines de
La Habana Vieja: _Maníííí….el manisero se vaaaa…..
Desde el sillón imperial en
la nueva dimensión, El Almirante observa con orgullo el desenvolvimiento de su
más apreciado descubrimiento. Con voz firme, quebrada por la emoción, exclama:
HOY MI HABANA VISTE LO MEJOR.