Daniel de Cullá (1955), de origen
castellano aragonés. Poeta, escritor, pintor y fotógrafo, miembro fundador de
la revista literaria Gallo Tricolor. Es miembro de la Asociación
Colegial de Escritores de España. En la actualidad participa en espectáculos
que funden poesía, música y teatro. Dirige la revista de Arte y Cultura
ROBESPIERRE, moviéndose entre Burgos, Madrid y North Hollywood (USA).
AL FISCO DEL AMOR
Tenemos convivencia y
ejercicios espirituales entre ursulinas
y seminaristas. El seminario diocesano y el colegio de ursulinas están juntos y
muy cerca de la iglesia de san Francisco el Grande, en Madrid, en Las
Vistillas, cercanos al puente de Bailén. En el noviciado de chicas había mucho
condumio, pero nosotros veíamos a las ursulinas para mojar pan.
La instrucción que nos
daba el investido de cargo clerical, un sacerdote que fue engendrado por un
cura anterior en la casilla o garita provista de celosías en que se instala el confesor para oír al penitente,
era que nosotros debíamos comenzar un
período de éxtasis repitiendo la última palabra del período novicial en
conduplicación ( él decía, contrariando al obispo, condomplicación).
- ¿Condom quién?, preguntó una oblada, que es la
encargada de llevar al altar un pan o una rosca. Aquella de las lentes de un
anteojo que está en el extremo opuesto
al ocular.
Antes de entrar en la capilla,
fuimos al canal por donde se vacían las aguas de lluvia, mojándonos los dedos y
persignándonos, pues es “agua caída del cielo”, como dijo el investido,
poniendo en conexión los órganos mecánicos con las tuberías del espíritu.
El colegio convento de las
ursulinas, dedicado a santa Ursula, “parece un conejar de dios”, como decían
los madrileños. Nosotros nos sentíamos como en Conejera, isla del archipiélago
Balear, situada junto a la costa
occidental de Ibiza.
La madre superiora,
conejera, con pelo de conejo, que trata en conejas de dios, nos salió al
encuentro, acercándose al investido con el que comenzó a platicar:
-Aquí, le decía, hay conejas domésticas y
silvestres. Es difícil la tarea, pero como nuestra comunidad de ideas e
intereses es la misma al servicio de dios, no encontramos enlace, atadura o
trabazón a nuestra conexión con el arzobispado.
Se hablaban al oído,
pareciendo que estaban en acto y efecto de confabularse, pues demostraban una
cautela propia de narradores de cuentos o fábulas eróticas.
La madre era tan hábil en
aderezar o componer confituras, manjares o drogas, como en hacer u ordenar
cualquier cosa.
Levantando la voz de
ordeno y mando, dijo:
-Entremos en la capilla.
Entramos. Otro cura, cual
gladiador confederado, hacía juegos malabares con un misal. Rezando en voz
alta: “quien lleva las obladas, que taña las campanas”.
Nosotros estábamos
deseosos de que terminara esta mamarrachada de vino, hostias, cera, y fuéramos
al patio.
Una confesionera,
religiosa que cuida de los confesionarios y que, por cierto, estaba como un
tren, pasó el cepillo, cepo o caja para recoger limosnas
Mi amigo y yo nos veíamos como
monjes legos o viudos monásticos o judíos convertidos, disfrutando ver la
hostia puesta sobre la patena y el vino
en el cáliz, antes de la consagración, y esos relatos breves del cura mal
expresados que manifestaban a las claras
que no sabía lo que siente.
-Misa cantada por la fuerza de la sinrazón y
oficiada por la paga mensual de su estado, dijo mi amigo.
-Además, dijo una ursulina amiga que estaba a
nuestro lado, este sacerdote es muy
leído y nos hace confesar al estilo de la confesión de Augsburgo, profesión de
fe presentada por los luteranos a la Dieta de Augsburgo.
Terminó la misa con un
“podéis ir en paz”, que más bien pareció un Rebuzno, por la voz ronca y fuerte
que sacó el sacerdote, “quizás, también, por su excitación al ver tantas flores
femeninas y tantos capullos masculinos”, como dijo mi amigo; dándonos ánimos
para hacer de la convivencia un encuentro de seguridad y confianza.
-Vosotros sois las personas en quien puedo confiar,
dijo. Siguiendo:
-Sois fiadores de dios los unos con los otros.
Salimos al patio.
En una especie de canapé
natural hecho de hierbas y sobre el suelo, nos sentamos mi amigo y yo, grandullones
y machuchos, y dos ursulinas amigas, cual jumentillas, dos novicias fieles de confianza. Al sentarse
ellas, vimos cómo daban forma determinada a una cosa. Moldeados entre sus
braguitas, unos labios anunciaban el término o lindero de ese lugar donde se confina, a veces desterrado, otras
recluido, otras, aprisionado, el Amor
erecto en paraje carnal contiguo o fronterizo.
Ni cortos ni perezosos,
nos besamos. Hicimos noviales, aplicando
al fisco del culo los bienes de nuestro sexo. Claros besos con salivas hasta
formar una oración, cubriendo con baño de azúcar, frutas o semillas en almíbar
nuestras lenguas y nuestros labios, mediante lo cual corroboramos nuestra fe en
el sexo tan odiado, vilipendiado y, a la vez, amado por los curas.
Ellas nos tocaban los
confites en forma de bolitas, nosotros el vaso o caja para confites de
ellas, en esa labor menuda que tienen
algunas colchas, al punto en que está incierto el resultado de Amar.
Cualquier cosa
impresionaba nuestros sentidos. Y, después que ellas tributaron acatamiento burlesco a nuestro obispillo “con la rabadilla del ave”, como dijo mi amigo, nos separamos,
prometiendo encontrarnos otra vez, y
mejor, en los puntos donde confluyen
ríos o se cruzan y reúnen los caminos. --Daniel de Cullá
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TRIPTICO GOTICO EN MADERA
Hoy
toca visitar Málaga. Ayer, fue Burgos.
Cagadas de perro en sillería de coro es lo primero que encuentran los
turistas. Hombres y mujeres parecidos a
los salidos de las tumbas prehistóricas de cualquier iglesia o catedral pasean
sus perros, perros cagando cual estatuas orantes, que hacen con las patas unos
cortes y proyecciones de mierda que ya hubieran querido para sí los artistas
Pedro de Mena y Alonso Cano. Abuelos y señoras mayores se incomodan y mucho al
recoger las deposiciones perrunas, vagas e indefinibles, por el sacrificio que les cuesta este
capricho de los nietos.
Por
las calles hay abundancia de cacas de perro. Esto es con lo primero que se
encuentra el turista que viene a visitar
una ciudad como un modorro. A mí me hizo mucha gracia un cicerone chiquito y
conejuno de Cincotorres, villa en la provincia de Castellón de la Plana, con
pelo de conejo, que enseñaba a unos turistas una caca de perro dejada en
un tríptico gótico en madera.
-Como veis, dijo el cicerone, no hay mierda de perro
igual. Algunos tipos son como de cerámica antigua por su sequedad. Esa otra,
mirad, es de estilo románico. Esta de
acá parece trozo de hierro sacada de un púlpito del renacimiento. Esa otra
tiene forma de pequeña pila bautismal; aquella,
tostada, parece chiquito altar-sepulcro; esta, ya veis, es rara, pues alguien le ha echado como harina blanca sobre
ella, pareciendo de alabastro. Esta, gótico mudéjar.
Un
malavenido le cortó, diciendo:
-Esta y todas, señoras y señores míos, a mí me parecen
confituras de plátano pocho, boniatos u otro fruto y almíbar, ¡vaya¡, en una palabra, chorizos.
Todos reímos.
-Daniel de Cullá
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íBIENVENIDO!