Secreto
Secreto...
que velo la mañana entre
los dedos
cargados de la escama
de nocturnidad sudorosa bendecida.
Secreto...
el aire encarcelado entre paredes,
elemento de pecera improvisada.
Pez,
tú, que a la zalema ornaste con los ojos
y rozaste las esquinas de
mi pecho
con la dorsal erguida de tu tronco.
Pez,
yo, que ahormé la entraña a tus aletas,
entre el vigor del beso
y la suave onda embravecida.
Secreto...
que el camino se hizo río,
vándalo navegado por palabras en cascada
y que los techos del mundo se agrietaron
por presión hiriente de acuático suspiro.
La destreza de tus
brazos,
bosque de algas,
generó una lupa respirable en la caricia.
Secreto,
tacto acuífero en la sombra,
ahogamiento de la noche en el desvelo.
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Danza de un poema
El vuelo de un ave migratoria
gira sobre la tarima del tiempo,
aletea...
y el terral surge a espirales,
zambullidas en el aire que respiro.
Hay una nota nacida en la guitarra
en un rincón del teatro improvisado,
escenario donde juega la poesía
a ser nube de lluvia que desborda.
Hay una voz, en llamas, de varón
que incendia sin fuego la ternura,
una voz que cruje entre las vigas
y rebasa, masculina, los umbrales.
Hay un poeta que, ausente, está presente
y una magia que mata la madera
a taconazos de enjambres presentidos,
salpica con el alma las paredes
y sella el zaguán de la palabra.
La danza de su cuerpo es un poema
de brazos y raíces sobre el torso,
del rizo de su pelo ensortijado
marcando en cada paso un hemistiquio:
de siete en siete, va rimando;
de palma en palma, va llorando;
de giro en giro, enamorando.
Laura G. Recas