EL ULTIMO BESO
Vi a una chica en la mañana
cuando a su barrio llegué,
ella desde su ventana
me miró y yo la miré.
Al día siguiente volví
caminando lentamente
miré a la ventana y ví
a la chica nuevamente.
Cruzamos nuestras miradas
igual que el día anterior,
y en sus mejillas rosadas
se le reflejó el rubor.
Muy temprano
me arreglaba
cada día de
la semana
y ella
siempre me esperaba
asomada a la
ventana.
En silencio
le pedía
a nuestro
Dios soberano
que me
permitiera un día
tomar su
mano en mi mano.
Pero de
alguna manera
una paloma
sirvió
como una
fiel mensajera
que al fin
nos comunicó.
En sus
paticas cargó
el mensaje
cada día
ella sabía
que yo
también le
correspondía.
Sus besos en
un papel
con sus
labios me pintaba
yo, como si
fuera su piel,
también el
papel besaba.
Yo le
pregunté si un día,
sin poner
metas ni plazos
por nuestro
amor yo podría
estrecharla
entre mis brazos.
Por
que solo la veía
de una
manera lejana
y verla solo
podía
a travez de
una ventana.
Me escribió
en fino papel,
lo que me
alegró en exceso,
que muy
pronto iba a poder
en sus
labios darle un beso.
Pasó luego
una semana
sin ver a la
dama hermosa
y triste
cada mañana
yo deshojaba
una rosa.
Una mañana,
el aroma
de un
perfume delicado,
llegó en
forma de paloma
con el
mensaje esperado.
En el
papelito había
una
dirección escrita,
y la hora en
que debía
llegar a la
ansiada cita.
Salí con
mucha emoción,
y al llegar
miré temblando,
un féretro
en el salón
y mucha
gente llorando.
Así
adolorido entré
con el alma
desgarrada,
al féretro
me acerqué
y le di el
beso a mi amada.
Por Roberto
Diaz
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