lunes, 7 de junio de 2010

Curro el toro de casta - relato de Osane

Curro el toro de casta

Se llamaba Curro

Nació libre en el campo, arropado por el cariño de su madre y de varias reses que se encontraban en la dehesa.

Creció sin miedo, sintiéndose alguien importante y respetado. Su madre le educó en el honor y el orgullo que todo toro de lidia debe tener.

Su porte era altivo, seguro y paseaba su casta por doquier, pues le hicieron creer que era una estrella del universo.

Se hizo mayor y bravío, creía saber todo sobre ese mundo que se reducía a una gran parcela de campo del mayorazgo. Su mundo se limitaba a ese territorio y a pocas personas cercanas en las que confiaba porque le dispensaban todo lujo de cuidados. Parecía que fuera de su dominio no existía otro mundo.

Tenía su vida confiadamente entregada al mayoral y su cuadrilla que le regalaban los oídos y eso le hacía sentir muy bien.

A menudo el mayoral, quien le había protegido y cuidado desde que nació se daba un paseo y Curro podía escucharle hablar con los otros jinetes de lo orgulloso que se sentía de él, de la buena crianza que le había dado y el excelente ejemplar en el que se había convertido.

Para perpetuar la prole que debía engendrar no servía cualquier vaca, tenía que ser una vaca de buena estirpe, no se nos fuera a torcer la línea sucesoria y esa magnífica genética.

Curro fue creciendo en la inopia,en la creencia del que se siente querido y se convirtió en un semental espléndido. Casi sin darse cuenta se había convertido en un perfecto astado de Miura que se creía el ombligo del mundo.

Tenía reservada solo para el una gran parte de la dehesa donde era feliz, comía verdes pastos y gozaba del favor de varias vacas siempre dispuestas a aparearse con tan digno macho.

Un día apareció por el camino contiguo al campo un camión. Se detuvo en el portón y bajaron a una vaca que soltaron en su territorio.

Ella se llamaba Lucera. No era como las demás. Al cruzar una corta mirada hizo balancear el badajo del cencerro de Lucera y algo ocurrió entre ellos dos. Algo que cambiaría sus vidas y sus conceptos.

Lucera se convirtió en la favorita de Curro, pero no era como las otras vacas. Mantenían largas charlas mientras recorrían la dehesa en las cálidas noches de verano. Era mas que sexo, mas que perpetuación de una especie, sentían inquietudes y algo se agitaba en sus estómagos cuando se rozaban al caminar. Lucera venía de otra ganadería, de un mundo mas real que el de Curro, sabía de las cosas terrenales, de la ternura, del dolor y el siempre vivió entre algodones, en un mundo acotado por lo que le dejaban ver, sin sinsabores, sin emociones. Lucera era tan asertiva que a veces conseguía asustarle.

Curro no podía creer lo que Lucera le contaba del mundo, de lo que les hacen a los toros de su casta.

Le contaba que lo estaban agasajando y criando para después machacarlo en una plaza de toros de la mas vil de las formas y el se negaba a abrir los ojos. Estaba enredado en una dulce trampa.

Ella sabía que los días de Curro estaban contados, que lo habían criado y mimado para un cruel fin y así llegó el momento de mirar de frente a la realidad y sacar de la inopia a Curro

Curro no quiso creerla, no era posible que el mayoral que lo había malcriado desde su nacimiento maquinara un final tan horroroso para él. Se fue airado mientras le gritaba que veía fantasmas y que se alejara de él.

Lucera lloraba y le pedía que huyera de la dehesa, que derribara la cerca y marcharan los dos lejos de allí, lejos de aquellas gentes que solo sentían un cariño interesado por él.

¿Quien sabe que habría al otro lado?, quizás podrían encontrar un lugar donde vivir en libertad como tantas veces habían soñado, donde la vida quizás no sería tan regalada pero nadie podría torturarles y finalmente destruirles.

El no quiso escucharla y como la realidad que le presentaba no le era favorable se alejó de ella. Le pudo mas el prestigio y la comodidad que el amor y la libertad.

Sus vidas transcurrieron en el silencio, se miraban con un guiño rápido, sin hablarse y así pasó el tiempo y la distancia y el silencio se adueñaron del prado.

Transcurrieron algunos meses y un día llegó un camión y el mayoral con su cuadrilla a caballo. Abrieron el portón y se dirigieron hacia él. A Curro le gustaban las visitas del mayoral, le elogiaba siempre y su ego crecía hasta las nubes. Movió el rabo alegremente.

Con las picas lo fueron conduciendo al portón hasta que lo subieron al camión. Curro no entendía lo que pasaba.

Lucera y las otras vacas mujían tristemente, todas sabían lo que esperaba a Curro.

El, dentro de la caja del camión gritaba desesperado, pero nadie, ni siquiera Lucera podía hacer nada por salvarle.

¿Donde me lleváis? ¡quiero quedarme en mi dehesa!. ¿Mayoral que ocurre? ¿Por qué me abandonas?

Las palabras de Lucera resonaban en su cabeza una y otra vez y empezó a sentir ese sabor de la desilusión en su boca, ese dolor en el estómago que se siente cuando el mundo se te viene abajo, cuando descubres la verdad.

Fueron horas de tránsito por la carretera, en la caja del camión, el sol ardía ferozmente y se balanceaba bruscamente de un lado a otro del estrecho cajón golpeándose los cuernos. Por fin el camión se detuvo.

El no quería bajar, quería volver a su cortijo, pero le obligaron a salir de malas maneras. Estaba indignado.

¡Un animal de tan noble casta tratado a empujones, que desfachatez!

Pero sentía mas miedo que enojo. Su vida había sido una gran mentira y ahora le apartaban de cuanto quería.

Llegaron unos hombres. Todos hablaban del excelente animal que era, de su porte, de su casta bravía. Uno de ellos empezó a toquetearlo y a hablarle suavemente, le tranquilizó.

Curro por unos momentos recuperó la confianza e inocente pensó: ellos saben de mi estirpe, de mi gran valor y empezó a tranquilizarse.

Seguro que pronto lo conducirían a un nuevo prado, con lindas vacas que harían de su vida una delicia.

No hacía mas que llegar gente a verle y cada vez se sentía mas incómodo en aquel cuchitril. Le tocaban los cuernos y no paraban de hablar de él.

Recordaba la dehesa, recordaba a su vaca Lucera que tanto le amaba, recordó el amor de su madre, el orgullo que sentía por él el mayoral, las verdes praderas, el agua fresca de los riachuelos, el sol que doraba su azabache pelo.

Sonaron clarines. Curro se preguntaba que era ese extraño sonido. Los pasodobles y el griterío llegaban alternándose a sus oídos. Le embargó una gran incertidumbre. Esa música le daba miedo.

Le empujaron por un corredor estrecho a fuerza de palos y el terror se adueñaba de el.

Corría muerto de miedo y así, casi sin darse cuenta salió a un gran círculo. No conseguía ver con claridad, se sentía aturdido. Sonaba la música, la gente le gritaba y en la arena frente a él un extraño hombre con traje de alegres colores le hacía señas con una tela púrpura.

Quizás el pudiera explicarle que ocurría, por qué estaba allí, en que momento alguien decidió cambiar su vida llena de lindas promesas en los campos.

La música cesó.Corrió hacia el capote varias veces. Intentaba alcanzar al hombre, pero lo burlaba una y otra vez. Un pase tras otro. Le engañaba constantemente, era inalcanzable. Parecía que se quedaba quieto, que lo esperaba, pero cuando Curro se aproximaba confiado, le hacía una verónica con el capote y se hacía inalcanzable para él. Una de cal y una de arena.

Así lo entretuvo mucho tiempo. Curro se sentía agotado, derrotado, sumido en la incertidumbre y el pánico.

No entendía ese juego, cuando de pronto dos banderillas le hirieron clavándose en su lomo.

Le dolía mas la injusticia que esa sangre que empezaba a resbalar por su piel.

Su desgaste, su fe y su paciencia yacían en una dehesa de ensueño donde alimentaron sus ilusiones, donde la vida era bella y el futuro se presentaba radiante junto a su vaca Lucera hasta el último día que permaneció allí.

Se sentía traicionado de la peor de las formas, con la mentira de quien engaña a un niño con un caramelo.

Hasta el final todos hablaban del magnifico ejemplar que era, de cuantos toritos podría engendrar, de lo feliz que se sentía el amo del cortijo por tenerlo y de cuanto lo estimaban. De cuanto esperaban de él, de su estirpe, su prestigio, de sus principios. Pero todo eran adornos y filigranas, la felicidad se presenta de formas mas simples que la de sentirse el ombligo del mundo. En los momentos de ternura, en el vuelo de una mariposa, en el cruce de unas miradas.

Sonó el clarín. El capote se movía y el hombre armado con una espada le gritaba.

Curro sentía dolor y rabia ¿por qué me hacen esto a mi?

Tomó carrerilla y embistió con toda su furia contenida, con toda su rabia al torero que le había herido gratuitamente una y otra vez sin motivo alguno, pero sintió que el acero se le clavaba en lo mas profundo del corazón.

Dio unos pocos pasos y se derrumbó sobre la arena, se sentía morir. La gente aplaudía, gritaba y sacudía pañuelos blancos en mitad de su agonía.

Mientras se desangraba recordó a Lucera que siempre le dijo la verdad y eso le costó su enojo y su abandono. Su injusticia le pesaba mas que la misma muerte pero ya era tarde.

Lamentó durante todos los segundos que agonizó, mientras le cortaban las orejas y que ya no sentía dolor, no haber derrumbado la cerca de la dehesa y haberse perdido campo a través con Lucera, lejos de todo aquel mundo falsamente maravilloso que le vendieron y que solo era una trampa para una muerte anunciada.

Lentamente cerró los ojos con el sabor amargo de la verdad en sus labios.

-Osane-

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