domingo, 11 de diciembre de 2011

De Uruguay, Anna Lazo EL BAÚL...


De Uruguay, Anna Lazo

EL BAÚL...

El hombre podía enseñarme los dispositivos de la melancolía, era un hombre de conocimiento, me habían explicado, y allí estaba yo, parada ante la enorme puerta de madera maciza… Llegué con mi baúl lleno de telas de colores y una pequeña caja atiborrada de botones raros, lentejuelas y plumas; también un costurero que perteneció a mi abuela y una tijera añeja colgando del cuello

Él me exigió que tirara todo, pero yo me negué rotundamente: ¿Qué sería de mí sin mis pequeñas riquezas? ¿Qué haría yo sin mis materiales para elaborar alegrías?

El hombre me miró con dureza y me dijo que no me enseñaría nada de su conocimiento secreto si yo no me deshacía de mis lastres.

Abracé mi baúl y dije:
” Esta es mi historia, no tengo otra cosa”

“Son sólo objetos” me espetó agriamente.

Me arrodillé ante mi viejo baúl y lo abrí despacio, con ternura. Un olor dulzón a manzanas acarameladas aleteó un momento en el aire y luego temeroso se escondió entre mis trastos.

Fui sacando como un mago telas de colores inconcebibles, plumas, ovillos de lana, frascos con botones como ojos esperando una cara, encajes amarillos llenos de historias, viejos collares desgastados, sombreros apolillados.

“¿Ves?” le dije….”No tienen valor, sólo son importantes para mí”. Y en un santiamén con un gastado guante de novia y una puntilla fabriqué una anciana con voz de pájaro ronco, y le puse unos lentes destartalados, y ella me agradeció diciendo que ahora podría leerle a sus nietos un cuento antes de irse a dormir.

Y con una pelotita y un paño rayado hice un payaso que no paraba de estornudar y tuve que colocarle un bufanda de tela a lunares para que no se enfermara…. Y el payaso me explicó que era el cambio de temperatura, que en el baúl estaba abrigadito y que en esa casa que no conocía hacía mucho frío

Y así fueron saliendo mis pequeños tesoros, entre hebras de hilo y festones ajados, sin pensar fui creando mi corte de actores, y cuando quise acordar, el hombre serio y sabio estaba conversando con un estrambótico muñeco azul que le decía que el universo era de gelatina y que Dios lo había creado porque era muy goloso.

El hombre parecía haberse olvidado completamente de mí, eran tantos los personajes que lo rodeaban, le hablaban y le tironeaban de los pantalones, que no tenía tiempo para recriminarme el desorden.

Finalmente, con una corona de papel plateado y una pluma naranja que le había colocado una muñeca atrevida, mientras discutía con la bruja Anastasia el mejor conjuro contra la indiferencia, nuestros ojos se encontraron.

Yo me encogí de hombros esperando lo peor, como diciendo: “Lo siento, ellos son así”.

Entones el hombre se levantó entre las telas esparcidas, que habían vuelto a ser sólo telas de colores otra vez, y me dijo:
”¿ Qué te puedo enseñar yo que ellos no sepan?”

Me apoyó la arrugada mano en la cabeza, no sé si para bendecirme o condenarme, y mientras se iba esfumando lo escuché reír, mientras saludaba con una galera invisible y cantaba bajito una canción.

Nunca más lo volví a ver, pero ellos, los del baúl, lo recuerdan siempre, y lo llaman entre ellos “el maestro”

Y de noche cuentan bajito historias sobre la creación del universo, que según unos nació de una bola de helado de avellana y otros dicen que fue un antojo de Dios, un día que tenía ganas de comer mazapán.

Los más osados especulan sobre el universo creado en base a pompas de jabón perfumado y hay uno que sostiene que todo se creó el día que Dios cantó una canción.

Tengo que reconocer que me gusta escucharlos filosofar dentro del viejo baúl de tesoros. Al fin y al cabo ellos tiene una gran sabiduría… lo dijo el hombre sabio, ese a quién nunca más volví a ver.